TSATSA
WAQAY
El
mes de diciembre en nuestra zona andina es una época de escasez, porque las
cosechas del año se van terminando y las trojas se van vaciando. Apenas la
nueva sementera y los campos empiezan a verdear con la consolidación de las
lluvias de la estación. La situación podría ser más precaria si no fuera por la
cosecha de las papas nuevas que los campesinos previsores han cultivado y
sirven de valioso alimento en esta temporada. Sin embargo el último mes del año
es festivo, una de estas celebraciones es el día ocho se conmemora la Purísima
Concepción o la Inmaculada Concepción.
Esta
es una fecha esperada por todos nosotros, los hombres de la sierra, le llamamos
familiar y cariñosamente el sanku mikuy, en recuerdo a ese delicioso manjar
preparado por las manos santas de nuestras madres y lejos del hogar añoramos su
dulzura. El sanku se come después del almuerzo, lamentablemente esta buena y
sana costumbre hoy casi ha desaparecido.
Todas
las familias, acomodadas y pobres, aguardan esta fecha, reservando los mejores
alimentos para el almuerzo familiar, el jamón ahumado, un cerdo o cordero
engordado, fermentando la chicha de jora y preparando los deliciosos panes. En
algunos lugares los festejos son mayores, con mayordomos, bulliciosas vísperas
y corridas de toros.
En
este día todas las familias, sin excepción, preparan o preparaban un rico y
opíparo almuerzo, porque dicen que el ocho de diciembre se debe comer bien para
no pasar hambre ni necesidades en el año que viene, como tampoco se abren los terrados
para que las trojas nunca estén vacías. No obstante, en muchos casos, también
existía una gran indigencia en nuestras zonas rurales andinas. Es el caso de una
anciana que sufría el abandono y la pobreza material, por eso también a esta fecha
se le denomina tsatsa waqay, que significa el llanto de la anciana. El
siguiente relato nos ilustra porqué se llama así.
En
una humilde morada vivía una anciana en extrema soledad. El esposo había dejado
de existir hace larguísimos años, algunos de sus hijos corrieron la misma
suerte, y los sobrevivientes desaparecieron sin dejar noticias, migrando seguramente
a otros lugares en busca de las oportunidades negadas en su terruño. Subsistía
la viejecita de la bondad de algunos vecinos caritativos, no obstante pasaba
hambre, frío y grandes penurias.
Había
llegado el Día de la Purísima Concepción, la anciana no había probado algún
bocado, mientras observaba con sana envidia, el ambiente festivo hasta en los
hogares más modestos. Aquel amanecer el hambre arreciaba más que nunca, lloró
incansablemente recordando la abundancia de antaño, cuando el esposo y los
hijos llenaban de bienes y de amor el hogar. Imploraba a Dios para que se la
recogiera, para así cesar sus penas y sufrimientos.
Aún
llorosa se levantó muy temprano, para esperar la misericordia ajena. Cansada de
esperar y guiada por un extraño presentimiento, se dirigió a su pequeño y
abandonado huerto cruzando la desvencijada puerta. Entonces descubrió con
inmensa sorpresa un verde follaje cubierto de flores blancas y rosadas, el
huertito se hallaba poblado de plantas de papa en plena producción. Sin perder
un minuto la viejecita cogió una herramienta y con sus escasas fuerzas obtuvo
el preciado alimento, aliviando su hambre y probablemente el de algunos días
posteriores.
Desde
aquella vez esa variedad de tubérculos es llamada, ama wagay iusha, que
significa, no llores, alégrate. En recuerdo a la anciana que con sus ruegos,
hizo brotar de la madre tierra el preciado producto. Ama wagay iusha es una de
las variedades de papa más sabrosas, que aún se puede hallar en algunas comunidades
altoandinas de la región.