APILLIMAY
Apirimay es una palabra de origen quechwa
que significa, cárgame sobre tus espaldas. Pero expresada por un infante que
está aprendiendo a hablar se escucha como apillimay. Este mismo término designa
también a un pequeño ser, que adopta la figura de un niño de aproximadamente de
cinco años, con una ternura y simpatía singular. Cuentan quienes han logrado
sobrevivir después del encuentro con la rara criatura, que se trata de un niño
de rasgos blancos, de cabellos rubios y rizados, de ojos azules y que se
presenta completamente desnudo ante su presa. En realidad es un duende o quizás
el mismo demonio que toma la apariencia de un niño para engañar a sus víctimas.
Frecuentemente apillimay inicia sus
correrías pasada la media noche hasta las primeras luces del alba y el canto
del gallo. Cuentan que sus víctimas favoritas son los ebrios, los viajeros
solitarios y todas las personas de negativo proceder y malos pensamientos. Los
lugares en donde acostumbra sorprender a sus presas son los parajes desolados,
senderos estrechos y cubiertos de vegetación y los temidos cruces de tres
caminos en los campos, o el encuentro de tres calles en los pequeños pueblos.
Apillimay aparece rodeado de una
aureola dorada, que ilumina a su alrededor, permitiendo apreciar nítidamente sus
características físicas. Cautiva a sus sorprendidas víctimas con sus risas
infantiles, graciosos jugueteos y saltos insistentes. Repitiendo insistentemente:
Apillimay tiuy, apillimay tiuy, apillimay
tiuy.
(Cárgame
sobre tu espalda tío, Cárgame sobre tu espalda tío)
Pobre de aquel que se deja vencer
por los encantos de este duendecillo, dejándolo trepar sobre sus espaldas,
porque deja de ser dueño de sus fuerzas y su voluntad, después los conduce a lugares
inhóspitos, en donde le arranca y devora los ojos y la lengua a su presa, para
luego arrojar el cuerpo a lejanos bosques y profundos abismos.
Algunas de sus víctimas,
inocentemente aceptan sus peticiones, creyendo equívocamente, que se trata
quizás de un niño abandonado. Otras lo cargan
fervorosamente confundiéndole con el niño Mañuco; pero la bondad y la devoción les
conducen irremediablemente a un horrible desenlace.
Si alguna vez te cruzaras con
apillimay, huye, si no puedes, entretenlo hasta el amanecer o el primer canto
del gallo. Porque en ese momento revienta y desaparece dejando un nubarrón
denso y fétido.
Pero el geniecillo volverá a
aparecer y atacar de nuevo, en aquellas rutas lóbregas y solitarias, en las
madrugadas plateadas por la madre luna y en las sospechosas sendas bifurcadas,
para tratar de engatusar a un incauto, a algún furtivo amante y a todos
aquellos que transitan con un supremo requerimiento.