martes, 10 de octubre de 2017

CUENTOS DE MI TIERRA




                                                   
                                                 
                                                          
                                                  APILLIMAY

Apirimay es una palabra de origen quechwa que significa, cárgame sobre tus espaldas. Pero expresada por un infante que está aprendiendo a hablar se escucha como apillimay. Este mismo término designa también a un pequeño ser, que adopta la figura de un niño de aproximadamente de cinco años, con una ternura y simpatía singular. Cuentan quienes han logrado sobrevivir después del encuentro con la rara criatura, que se trata de un niño de rasgos blancos, de cabellos rubios y rizados, de ojos azules y que se presenta completamente desnudo ante su presa. En realidad es un duende o quizás el mismo demonio que toma la apariencia de un niño para engañar a sus víctimas.

Frecuentemente apillimay inicia sus correrías pasada la media noche hasta las primeras luces del alba y el canto del gallo. Cuentan que sus víctimas favoritas son los ebrios, los viajeros solitarios y todas las personas de negativo proceder y malos pensamientos. Los lugares en donde acostumbra sorprender a sus presas son los parajes desolados, senderos estrechos y cubiertos de vegetación y los temidos cruces de tres caminos en los campos, o el encuentro de tres calles en los pequeños pueblos.

Apillimay aparece rodeado de una aureola dorada, que ilumina a su alrededor, permitiendo apreciar nítidamente sus características físicas. Cautiva a sus sorprendidas víctimas con sus risas infantiles, graciosos jugueteos y saltos insistentes.  Repitiendo insistentemente:

 Apillimay tiuy, apillimay tiuy, apillimay tiuy.
 (Cárgame sobre tu espalda tío, Cárgame sobre tu espalda tío)                        

Pobre de aquel que se deja vencer por los encantos de este duendecillo, dejándolo trepar sobre sus espaldas, porque deja de ser dueño de sus fuerzas y su voluntad, después los conduce a lugares inhóspitos, en donde le arranca y devora los ojos y la lengua a su presa, para luego arrojar el cuerpo a lejanos bosques y profundos abismos.  

Algunas de sus víctimas, inocentemente aceptan sus peticiones, creyendo equívocamente, que se trata quizás de un niño abandonado. Otras lo cargan fervorosamente confundiéndole con el niño Mañuco; pero la bondad y la devoción les conducen irremediablemente a un horrible desenlace.    

Si alguna vez te cruzaras con apillimay, huye, si no puedes, entretenlo hasta el amanecer o el primer canto del gallo. Porque en ese momento revienta y desaparece dejando un nubarrón denso y fétido.


Pero el geniecillo volverá a aparecer y atacar de nuevo, en aquellas rutas lóbregas y solitarias, en las madrugadas plateadas por la madre luna y en las sospechosas sendas bifurcadas, para tratar de engatusar a un incauto, a algún furtivo amante y a todos aquellos que transitan con un supremo requerimiento. 

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