LA PIRAMIDE DEL CAPITALISMO
Esta infografía se publicó en Europa en el
año 1914, tratando de graficar la injusta pirámide social que había establecido
el creciente capitalismo. Si observamos
ligeramente podemos apreciar que en la base de la pirámide los sectores
populares sostienen la vida disipada y placentera de los niveles altos. Luego
se encuentran los militares con las armas dispuestas a matar para defender el
sistema más depredador que la especie humana ha creado hasta la fecha, un poco
más arriba los clérigos haciendo apología al sistema social y justificándolo en
nombre de dios. En el siguiente piso de la pirámide se encuentran los que
gobiernan los estados y naciones en beneficio de unos pocos y finalmente en lo
más alto de la pirámide se encuentra el elemento esencial del sistema: el
dinero, que está por encima de todo y de todos.
Un siglo después, la estructura y
elementos de esta figura no han cambiado básicamente, muy por el contrario se
ha consolidado. La pirámide sigue teniendo la misma estructura, mantiene la
misma composición social, el elemento motivador sigue siendo el dinero y los
que los defienden en la ideas y en el hecho, tampoco han cambiado. Pero lo más
alarmante es que ha crecido monstruosamente y se ha fortalecido inmensamente,
hoy ha invadido toda la tierra atropellando y desapareciendo cualquier sistema
que sea distinto a él. La ambición y la voracidad del capitalismo se han
impuesto a través de las guerras más fratricidas en la historia de la
humanidad. Solo en el siglo XX se calcula que por causas directas o indirectas
de las guerras, murieron 187 millones de personas.
Sin embargo los ideólogos del capitalismo,
en sus albores levantaron grandes ideales de defensa de la igualdad, la
libertad y la fraternidad. Pero con el transcurrir del tiempo se fueron olvidando,
porque almacenaron riqueza y fueron conquistando el poder, mientras tanto
esclavizaban a la nueva masa trabajadora. Al principio con la fuerza de las
armas y el silencio de la muerte. Hoy los métodos son muchos más efectivos, con
menos fuerza y sangre, sus estrategias de sensibilización han domesticado
eficazmente a millones de seres humanos que venden su fuerza de trabajo, a
cambio de un miserable salario. Mientras las injusticias e inequidades se
multiplican, condenando a la indigencia a miles de millones de hombres en la
tierra.
Es cierto también que los hombres hemos
conquistado ciertas libertades y hemos mejorado nuestras condiciones de vida. También es verdad que se han
superado desigualdades que se tenían como naturales en los modos de producción
precapitalistas. Pero si reflexionamos seriamente y hacemos un real balance, se
ha transformado y conquistado relativamente poco. En la actualidad aún
sobreviven inequidades tan lacerantes, que los hombres debemos desterrar de la
faz de la tierra. Del estado semoviente del esclavo, la situación humillante
del siervo a la condición miserable del obrero y del campesino actual, las
diferencias no son abismales. La
opulencia y abundancia de unos pocos se contraponen a la miseria y mendicidad
de las mayorías. Las ideas aurorales de libertad, igualdad y fraternidad han
sido abandonadas por la hegemonía del dinero y del individualismo.
El capitalismo, en todas sus formas y
desde sus inicios no tiene más de cinco siglos, sin embargo ningún sistema
productivo ha causado tanta depredación y destrucción en la historia de la
humanidad. En este lapso relativamente corto, ha contaminado irremediablemente
los aires, las aguas y los suelos del planeta, ha desaparecido ecosistemas con
toda su flora y fauna, es decir han trastornado el equilibrio del mundo que en
miles y millones de años logró alcanzar.
En su voracidad de seguir acumulando capital y detentar el poder, ni
siquiera han reparado el daño inconmensurable que causan a la humanidad. El
agua, ese bien tan preciado, cuya tendencia es disminuir dramáticamente en las
siguientes décadas sigue siendo contaminada irremediablemente, pero como
siempre la escasez y sus secuelas en el futuro, lo sufrirán los otros, los
desposeídos. Todo esto en nombre de la libertad y el progreso de unos cuantos.
Los áulicos del capitalismo anunciaron el
fin de la historia, proclamando que el capitalismo se ha impuesto, como el
único sistema social y económico legítimo y viable en el planeta, pero jamás
cuestionaron sus crisis cíclicas y destaparon sus miserias y lacras. Las crisis
permanentes del sistema capitalista causadas por sus desmedidas ambiciones y
sus propias contradicciones, han ocasionado miles de millones de dólares en
pérdidas. Pero la salvación, no llegó del mercado y de la empresa privada,
contradictoriamente cubrieron con el dinero de las arcas públicas, desde los
estados, con dinero del pago de impuestos de los pueblos que curiosamente
dominaban y exaccionaban, pero claro, nunca afectaron a los bolsillos de los
poderosos y sus empresas. Pese a todas sus desgracias, para el capitalismo y
sus defensores, no habrá otro sistema alternativo por más explotador, inhumano,
discriminatorio, caótico, destructor e ineficiente que sea éste.
Hasta inicios del siglo pasado, las
jornadas laborales alcanzaban hasta las 16 horas diarias, el capitalismo y sus
mentores con su bestial ambición, no dudaron en utilizar mano de obra de niños
y niñas en sus centros de producción. Existen infinitos testimonios sobre las
infrahumanas condiciones de trabajo de estos inocentes seres. Alcanzar las
Jornada de las ocho horas, costó “sangre
sudor y lágrimas” (parafraseando a uno de los defensores de este sistema,
pero en el contexto de su propia guerra sangrienta). No obstante la conquista de esta jornada quedó en la teoría,
porque en la actualidad, cien años después, los obreros siguen laborando, doce horas
diarias para elevar en la mitad, el magro sueldo mínimo vital que le han
asignado el estado y sus dueños. Han establecido sueldos mínimos, pero jamás
pusieron límite a sus ingresos y ganancias. En nuestro país, en algunos casos,
el sueldo de un funcionario del estado es sesenta y cinco veces de lo que gana
un obrero con sueldo mínimo vital, es decir un obrero ganará en poco más de
cinco años, lo que el funcionario obtendrá en un solo mes.
En su desbocada carrera los capitalistas, los
nuevos dueños del mundo, para acumular poder y dinero, surcaron y dividieron el
planeta inventando los estados/naciones, parcelándolo de acuerdo a sus
ambiciones, solo con el propósito de hacer una gran propiedad privada de aquellos
territorios. Ambicionaron cada recurso natural
de otros pueblos, no tuvieron el menor escrúpulo en invadirlos y robarles su
heredad. No contentos con estas atrocidades, en algunos casos esclavizaron a
sus pobladores y los vendieron como a animales y en otros, aniquilaron grandes
poblaciones con la inhumana explotación de la mano de obra. Los maltratos que
infringieron a los dominados, no tienen proporcionalidad con la inteligencia y
sensibilidad humana. Las guerras que provocaron disputándose los territorios y
recursos ajenos no han sido propios de hombres, basta ver las secuelas de las
guerras mundiales del siglo pasado, la destrucción de pueblos, ciudades y el
entorno social y geográfico.
El capitalismo ha convertido todo en
mercancía, la propia tierra, los recursos naturales, la flora, la fauna, sino
al propio ser humano, sus pueblos y sus creaciones más valiosas e íntimas. La voracidad
de los capitalistas es realmente impresionante, nunca se conforman con lo que
tienen. Padecen de adicciones enfermizas de dinero y poder. En su afán de
apropiarse de todo, sus empresarios cuando copan sus mercados inician la
construcción de multinacionales y desatan entre ellos feroces competencias de
disputa de recursos, mercados y precios entre ellas. Solo en el mundo animal se
pueden entender estas contiendas, por razones de sobrevivencia y selección
natural. Esta irracionalidad ha sido bien aprendida y ejecutada por los
defensores de la irrestricta libertad de empresa y de la ilimitada propiedad
privada. En Muchos países pobres se
puede verificar la existencia de millones de seres humanos sin un metro
cuadrado en donde reposar y por el contrario, existen grupúsculos que poseen
millones de hectáreas de propiedad.
Han establecido mecanismos sublimes pero
poderosos para consolidarse en el planeta, creando un conjunto de estrategias
para adormecer a pueblos y naciones. Sus masivos medios de comunicación han
logrado lo que los estados esclavistas y feudales no lograron con el uso de la
fuerza y la eliminación de las libertades. Hoy somos libres, no padecemos la opresión
y el autoritarismo, pero vivimos resignados a nuestra suerte, a nuestro
destino, aplaudiendo la abundancia de unos y la miseria de otros, observando
rendidos como unos viven en el paraíso y otros en el infierno. Muchos seres humanos buscan alimentos en los
muladares, los niños pululan con metales pesados en las venas, grandes mayorías
viven pobrezas más espantosas que extremas. Los ideólogos del capitalismo quieren que
aceptemos esta situación, como perpetuo e inamovible, como los que pregonaron
los defensores del derecho natural en el feudalismo, unos nacen para servir y
otros para ser servidos, unos para gobernar y otros para ser gobernados. El
problema es que hemos aceptado esta situación como algo normal y cotidiano,
como parte de la misma naturaleza humana y aceptamos convivir con esta
injusticia que no termina.
Los medios de comunicación del sistema,
informan violencia todos los días, tiempo después cosechan de lo han sembrado,
luego vuelven a informar sobre la violencia, pero multiplicada
exponencialmente, convirtiéndose en un círculo vicioso. Estos mismos medios
propalan programas con altos contenidos de morbo para todo público, pero en
especial para esos sectores que no tienen
acceso a circuitos cerrados de televisión, para que sigan deteriorando
sus facultades de discernimiento y sigan creyendo que habitan en el mejor de todos los mundos.
Estos medios difunden mensajes racistas y discriminatorios contra sectores
indígenas, mestizos y por su puesto pobres, pero los dueños del estado y de
todos los medios de comunicación, en honor a la intocable libertad de expresión
nunca regulan sus contenidos, porque finalmente a estos sectores oprimidos los
va “asimilando” y los convierten en socios cautivos para defender un sistema
que no los pertenece ni los involucra y por el contrario los deshumaniza.
Los heraldos
de este perverso sistema siguen pregonando, que todos los hombres de la tierra
alcanzarán el modo de vida norteamericano (american way of life) es decir todos
los seres humanos gozarán de altos niveles de vida y un desenfrenado
consumismo. Sin embargo el punto de partida es tan falaz como todo su discurso,
en el supuesto que se alcance ese deseado día, la tierra, nuestro hermoso
planeta azul, colapsaría en menos de un siglo. Por un lado los escasos recursos
del globo no podría abastecer al consumismo voraz que caracteriza al
capitalismo y por otro la producción de desechos se incrementaría de manera tal
que la contaminación sería incontrolable (mucho más agudo de lo que es hoy). El
capitalismo jamás querrá redistribuir la riqueza, solo funciona cuando ella
está en manos de unos pocos. Lo cierto real y concreto es que este planeta
podrá subsistir cuando se distribuya con justicia la pobreza. La miseria y pobreza mayoritaria debe ser
compartida con el raudal de unos pocos.
Los estados capitalistas, o los remedos de
ellos, principalmente en los países pobres, están promoviendo una educación
mediocre y de mala calidad en las instituciones públicas, han dejado de lado
todo un conjunto de saberes y conocimientos que le otorgan una formación
integral a la persona. Saben que sus empresas solo requieren de técnicos y mano
de obra no calificada, ergo no necesitan pensar y solo manejar competencias
manuales y básicas. Para qué educar las inteligencias de personas que van a
cuestionar su injusto sistema. Mientras para las elites que dirigen el estado y
sus políticas, están reservadas las instituciones más prestigiosas, pero
inalcanzables para las mayorías. Lo
escandaloso es que sus sirvientes, son los que construyen y dirigen las
políticas educativas públicas nacionales, cuando nunca han estado vinculados
con la educación estatal.
Hace más de dos siglos, poco antes de la
revolución francesa, el acontecimiento más importante de la historia de la
humanidad en relación a la conquista de derechos y de libertades, uno de los
ideólogos más influyentes de este hecho histórico, escribió el libro llamado el
Contrato Social, en donde argumentaba que todos los hombres nacen libres e
iguales por naturaleza. Por tanto ningún mortal puede sufrir ninguna opresión y
esclavitud. Estos principios fundamentales se apropiaron y defendieron los que
promovían el sistema republicano y democrático, lucharon férreamente hasta su
consecución, pero sus espurios herederos las traicionaron de la manera más
ruin. Hoy necesitamos otro Jean-Jacques
Rousseau, que plantee un nuevo Contrato Social para terminar la prehistoria
humana que se ha prolongado hasta la actualidad.