DECONSTRUYENDO UNA
IDENTIDAD.
(Hijo, no hables
quechua, malogras tu castellano)
Nuestro personaje nace en una
comunidad cualquiera del ande, de la
amazonia o de alguna zona periférica de las grandes ciudades costeñas. De padres generalmente pobres y con mediana o escasa educación. Al infante le asignan un nombre extranjero, de un protagonista de una película taquillera, de
algún galán de telenovela o de algún personaje famoso, pero que no tiene
relación con su contexto familiar o cultural. Al iniciar su lenguaje oral
aprenderá a hablar en una lengua oficial y dominante, distinta a la suya y ajena
a sus orígenes ancestrales. Los padres saben que el uso de su idioma los
califica como sujetos de segunda categoría. Sus primeros juguetes si son
mujeres, son muñecas esbeltas, rubias o con facciones occidentales, si son
varones tendrán muñecos de superhéroes caucásicos, fuertes y valientes que se
dedican a impartir justicia y bien en la humanidad.
Aprende a rezar ante un dios e
íconos blancos, omnipotentes y perfectos. La religión panteísta ancestral es insignificante, sus dioses, los cerros,
las lagunas, los ríos y otros elementos de la naturaleza, no tienen valía,
aunque sus antepasados los amaban, los protegían
y de igual forma recibían igual amparo.
De niño, concurre a la escuela,
en donde estudia un conjunto de materias científicas, humanísticas y
artísticas, pero que ninguna revalora su lengua, historia y cultura local,
porque predomina la cosmovisión eurocentrista y occidental, ergo carece de valor la cultura propia, dicen que es
anacrónica, retrógrada y causa atraso, en
la modernidad impuesta. Las primeras sesiones de aprendizaje de los niños y
niñas se desarrollan en muchos casos en un idioma que no les pertenecen y no lo
entienden. Sus primeras lecturas son cuentos e historias concebidos y escritas
en lejanas naciones, con protagonistas y textos ajenos a su realidad e
intereses, cuando su literatura oral es rica y vasta. Los medios de comunicación, en especial la
televisión se encarga de difundir programas con contenido insípido y violento,
conducido por personas que dicen ser referentes de la belleza física, pero que
no cultivan mínimamente el trabajo intelectual. La música y las artes
practicadas en la escuela y en la comunidad son mayormente trasplantadas de
lugares remotos o del gusto de los sectores dominantes. La colorida vestimenta
nativa va siendo desplazada por ropajes que no tiene relación con el clima, su
comodidad y bienestar. El uso del traje tradicional es símbolo de pobreza y
exclusión. Nuestro sujeto ve extasiado
numerosas películas en donde un titán o un solo superhéroe blanco,
extermina solo a decenas de indios, asiáticos y africanos.
Cuando nuestro protagonista
arriba a la adolescencia, la enseñanza media fortalece la construcción de la
ajena identidad. Los referentes de belleza masculina y femenina siguen siendo
blancos u occidentales. El jovencito quiere asemejarse a este patrón cultural
recurriendo a los tintes y aun a las cirugías, sabe que los cuerpos robustos, las pieles amarillas y oscuras no tienen lugar
ni valor en este mundo unicultural. La música extranjerizante bombardea todos
los medios de comunicación, aun con su
estridente ritmo y mediocres letras. La música ancestral es desplazada por
sonidos extraños e interpretados en lenguas desconocidas. Por eso este adolescente crecido en las
grandes ciudades, se sienten otro, ha
desarrollado prejuicios contra lo andino, quechua y amazónico, aun teniendo
rasgos físicos nativos que los delata, o
siendo descendientes de padres oriundos de estas regiones.
En la juventud, luchará por una urgente movilización
social, direccionará sus estudios superiores que garantice un buen empleo. Si tiene éxito económico planeará unirse para
procrear hijos con una persona de rasgos caucásicos y “mejorar la raza”. Como forma
parte del modelo imperante económico, aspirará a un trabajo bien remunerado y optar
por un estilo de vida oficial; una casa, un vehículo y una mujer bonita. Si la honestidad y los escrúpulos no le
acompañan, seguramente formará su propia empresa para contratar con el estado y
beneficiarse de manera indefinida a costa del erario nacional. Pero si nuestro
individuo no alcanza sus metas y es pobre, igualmente buscará todo los medios legales y
prohibidos para hacerse de una vida cómoda, a semejanza del estilo de vida
establecido.
Cuando sea padre o madre, esta
historia se repetirá con la crianza de su vástago, claro que con un afán
decuplicado para que borren de su memoria todo rezago de su pertenencia a la
cultura ancestral. Finalmente terminará siendo otro, cuando en realidad no lo
es.
Los valores de reciprocidad y
solidaridad de su cultura son reemplazados insistentemente por el
individualismo y la excesiva ambición. La cooperación y ayuda en el trabajo son
sustituidas por sistemas de labores en donde la competencia se impone y el
compañerismo desaparece. De igual forma
el respeto por el ambiente termina,
porque en los cerros y apus andinos y amazónicos solo ven materia prima, olvidando
el gran valor espiritual que le asignaban los antiguos pobladores y dueños de
estas localidades.