viernes, 9 de septiembre de 2022

LA INSÍPIDA Y FRÍVOLA NOBLEZA

 

LA INSÍPIDA Y  FRÍVOLA NOBLEZA

(A propósito de la muerte de Isabel de Inglaterra)

 

Hace algunas centurias, o inclusive milenios, algunos grupos de hombres con mayor posesión de medios de producción y dueños de algunos conocimientos básicos  inventaron una  infame estigma que se mantiene hasta hoy, hacer creer que unos hombres son superiores y hasta se llamaron hijos de dios. Para los tiempos de su invención, seguramente  engañar tan burdamente era  fácil,  a gentes que vivían  en la más completa orfandad  cognoscitiva e intelectual. Lo curioso es que en los tiempos de la post modernidad, en la era del conocimiento y de la información, muchos hombres siguen creyendo en la nobleza, hasta les rinden pleitesía, a este grupo de “seres privilegiados”.

Es cierto que casi todas las sociedades o culturas arcaicas desarrollaron la idea de nobleza, estableciendo regímenes despóticos y absolutamente desigualitarios, reservándose grandes privilegios a costa de la miseria de los súbditos. Afortunadamente estos sistemas desaparecieron en diferentes regiones del planeta, gracias  a la acción de movimientos antimonárquicos. Empero estas luchas costaron violencia, prisión, sangre y muerte para aquellos que osaron cuestionar la legitimidad de los “descendientes de los dioses”.

En cierta forma son los inventores del racismo, de toda discriminación y otros complejos de superioridad que hasta hoy perduran. Dueños de las peores actitudes y conductas que un ser humano podría tener. De paso fueron los creadores de los gobiernos vitalicios. La sucesión y la herencia en el gobierno y el poder han sido parte de esa parafernalia que construyeron para beneficiarse indefinidamente.

Desarrollaron guerras en el afán de mantener sus dominios, sus riquezas y la “grandeza de sus naciones”.  Alentaron alianzas  contra natura o enemistades  enfermizas,  desatando feroces guerras y enfrentamientos durante años y décadas. Naturalmente los costos de la violencia y la conflagración lo padecieron (como ahora también) los pobres e indefensos. Estos mismos siervos mantenían con el pago de sus impuestos coercitivo a esa clase social parásita e indolente.

Dueños de inmensas cantidades de tierras, en donde los pobres campesinos no vivian, sino sobrevivían, hundidos en la pobreza y la ignorancia. Habitaban rodeados de numerosos  criados en sus lujosos palacios, en donde disponían  aun de las vidas de sus sirvientes. Vivian a espaldas  lo que pasaba en sus alrededores en la más completa indiferencia y frivolidad. En la actualidad aún mantienen grandes riquezas,  comodidades y libertades y son considerados como iconos que representan a sus países. Muchas de aquellas monarquías,  son solventadas desde los bolsillos de sus “compatriotas” plebeyos pobres.

Pero no solo son estas atrocidades. Fueron los heraldos de la muerte al invadir naciones y continentes “salvajes” para llevar la religión cristiana y la civilización. En este cruel afán, cometieron genocidios espantosos como la monarquía española y la británica, tanto en  América del Norte como en el Sur, borrando del mapa planetario a culturas que amaban y respetaban la tierra y sus elementos,  como los indios norteamericanos. Pero la ferocidad no se detiene ahí. La lucha por los recursos naturales extraídas de la colonias fue bestial, esquilmaron recursos de diferente tipo, enrareciendo el ambiente, causando irreparables daños a la flora y fauna local, para luego devolver las materias primas convertidos en manufacturas, decuplicando sus precios  con la obligación de adquirirlos.



Lo que los imperios europeos promovieron en  Asia y África, es para no imaginarlo. De este último continente capturaron  millones de negros y negras para someterlos a la esclavitud y venderlos en diferentes partes del mundo. Negociaron  y trataron  con ellos como si fueran animales, expuestos a las más grandes humillaciones y torturas. En Asia de igual manera,  traficaron con el opio para embrutecer y someter a poblaciones.  Toda esta historia no debe ser soslayada y tratar a los descendientes de estos malhechores como si fueran efectivamente,  herederos de los dioses.

Sus matrimonios se reservaban a un círculo pequeño, en donde parecía ser más que un acto de amor, una alianza fríamente pensada para el  aumento de sus riquezas y  sus dominios, mayoritariamente las razones fueron de pura  conveniencia. No obstante estas bodas se producían entre parientes inmediatos, causando la degeneración de sus descendientes, por mezclar sangres de familias cercanas. Padecían sus hijos diferentes retardos tanto físico como intelectuales. En algunos casos fue motivo de la desaparición de “dinastías reales” completas.

El ocio y la vagancia, la vida licenciosa, los pocos escrúpulos, los escándalos de corrupción y  la ambición insaciable caracterizan a la reconocida nobleza.  Ha muerto una de las herederas de ese infausto sistema político económico que debería concluir ya. La desaparición de la “reina”  no puede ser enaltecida,  si se toma en cuenta la inmensa deuda  que conservan con la tierra, con los seres humanos y el propio Dios.

Hoy los grandes medios de comunicación del mundo magnifican su muerte, incluso los raquíticos como los nuestros. Para la memoria de los hombres amarillos y negros,  para la conciencia de los pueblos y culturas destrozadas y desaparecidas por las invasiones monárquicas, la desaparición de la señora Isabel de Inglaterra, significa poco, diría casi nada.


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