LA INSÍPIDA Y FRÍVOLA NOBLEZA
(A propósito de la muerte de
Isabel de Inglaterra)
Hace algunas centurias, o inclusive
milenios, algunos grupos de hombres con mayor posesión de medios de producción
y dueños de algunos conocimientos básicos inventaron una infame estigma que se mantiene hasta hoy,
hacer creer que unos hombres son superiores y hasta se llamaron hijos de dios.
Para los tiempos de su invención, seguramente engañar tan burdamente era fácil, a gentes que vivían en la más completa orfandad cognoscitiva e intelectual. Lo curioso es que
en los tiempos de la post modernidad, en la era del conocimiento y de la
información, muchos hombres siguen creyendo en la nobleza, hasta les rinden
pleitesía, a este grupo de “seres privilegiados”.
Es cierto que casi todas las
sociedades o culturas arcaicas desarrollaron la idea de nobleza, estableciendo
regímenes despóticos y absolutamente desigualitarios, reservándose grandes
privilegios a costa de la miseria de los súbditos. Afortunadamente estos
sistemas desaparecieron en diferentes regiones del planeta, gracias a la acción de movimientos antimonárquicos.
Empero estas luchas costaron violencia, prisión, sangre y muerte para aquellos
que osaron cuestionar la legitimidad de los “descendientes de los dioses”.
En cierta forma son los
inventores del racismo, de toda discriminación y otros complejos de superioridad
que hasta hoy perduran. Dueños de las peores actitudes y conductas que un ser
humano podría tener. De paso fueron los creadores de los gobiernos vitalicios.
La sucesión y la herencia en el gobierno y el poder han sido parte de esa
parafernalia que construyeron para beneficiarse indefinidamente.
Desarrollaron guerras en el afán
de mantener sus dominios, sus riquezas y la “grandeza de sus naciones”. Alentaron alianzas contra natura o enemistades enfermizas, desatando feroces guerras y enfrentamientos
durante años y décadas. Naturalmente los costos de la violencia y la
conflagración lo padecieron (como ahora también) los pobres e indefensos. Estos
mismos siervos mantenían con el pago de sus impuestos coercitivo a esa clase
social parásita e indolente.
Dueños de inmensas cantidades de
tierras, en donde los pobres campesinos no vivian, sino sobrevivían, hundidos
en la pobreza y la ignorancia. Habitaban rodeados de numerosos criados en sus lujosos palacios, en donde
disponían aun de las vidas de sus
sirvientes. Vivian a espaldas lo que
pasaba en sus alrededores en la más completa indiferencia y frivolidad. En la
actualidad aún mantienen grandes riquezas, comodidades y libertades y son considerados
como iconos que representan a sus países. Muchas de aquellas monarquías, son solventadas desde los bolsillos de sus
“compatriotas” plebeyos pobres.
Pero no solo son estas atrocidades. Fueron los heraldos de la muerte al invadir naciones y continentes “salvajes” para llevar la religión cristiana y la civilización. En este cruel afán, cometieron genocidios espantosos como la monarquía española y la británica, tanto en América del Norte como en el Sur, borrando del mapa planetario a culturas que amaban y respetaban la tierra y sus elementos, como los indios norteamericanos. Pero la ferocidad no se detiene ahí. La lucha por los recursos naturales extraídas de la colonias fue bestial, esquilmaron recursos de diferente tipo, enrareciendo el ambiente, causando irreparables daños a la flora y fauna local, para luego devolver las materias primas convertidos en manufacturas, decuplicando sus precios con la obligación de adquirirlos.
Lo que los imperios europeos
promovieron en Asia y África, es para no
imaginarlo. De este último continente capturaron millones de negros y negras para someterlos a
la esclavitud y venderlos en diferentes partes del mundo. Negociaron y trataron con ellos como si fueran animales, expuestos a
las más grandes humillaciones y torturas. En Asia de igual manera, traficaron con el opio para embrutecer y
someter a poblaciones. Toda esta
historia no debe ser soslayada y tratar a los descendientes de estos
malhechores como si fueran efectivamente, herederos de los dioses.
Sus matrimonios se reservaban a
un círculo pequeño, en donde parecía ser más que un acto de amor, una alianza
fríamente pensada para el aumento de sus
riquezas y sus dominios,
mayoritariamente las razones fueron de pura
conveniencia. No obstante estas bodas se producían entre parientes
inmediatos, causando la degeneración de sus descendientes, por mezclar sangres
de familias cercanas. Padecían sus hijos diferentes retardos tanto físico como
intelectuales. En algunos casos fue motivo de la desaparición de “dinastías
reales” completas.
El ocio y la vagancia, la vida
licenciosa, los pocos escrúpulos, los escándalos de corrupción y la ambición insaciable caracterizan a la
reconocida nobleza. Ha muerto una de las
herederas de ese infausto sistema político económico que debería concluir ya. La
desaparición de la “reina” no puede ser
enaltecida, si se toma en cuenta la
inmensa deuda que conservan con la
tierra, con los seres humanos y el propio Dios.
Hoy los grandes medios de
comunicación del mundo magnifican su muerte, incluso los raquíticos como los
nuestros. Para la memoria de los hombres amarillos y negros, para la conciencia de los pueblos y culturas
destrozadas y desaparecidas por las invasiones monárquicas, la desaparición de
la señora Isabel de Inglaterra, significa poco, diría casi nada.
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