jueves, 13 de noviembre de 2014



ALGO DE LITERATURA

                                                  EL AMIGO.
                                                                                                                              
Ni siquiera sabían  su nombre, lo llamaban  “el Loco de Yauya”,  en alusión a su distrito de procedencia. Había nacido en una pequeña comunidad del distrito señalado. No era ni indio,  ni blanco, era un auténtico mestizo, simbolizaba realmente la mezcla de sangres en esta región del  país. Tenía aproximadamente cincuenta años, de estatura promedia, contextura delgada,  tez morena, nariz roma, barba y cejas pobladas. Tenía también una dentadura perfecta, apenas oscurecida por la costumbre diaria de masticar la coca.

Su vestimenta era sencilla, constaba de un saco viejo,  descolorido por el uso diario, puesto sobre una camisa de franela casi sin color y el pantalón de tela oscura,  invadida de pequeños hoyos en toda su extensión.  Además llevaba un sombrero  de lana envejecido y manchado por los efectos del sol y de la lluvia, sobre la espalda cruzaba un poncho habano, atado en el centro del pecho. Jamás dejó su recto bastón de lloque,  colocado siempre debajo del brazo izquierdo aunque no tocaba el suelo, siempre alerta para defenderse ante los peligros que  acechan al caminante.

Su oficio y predilección era caminar, ignoro que suprema causa o motivo le exigía desplazarse de un lugar a otro sin cesar. Se trasladaba de pueblo en pueblo, distantes a decenas de kilómetros, castigado por el hambre y la sed, las lluvias frías  de las punas y  el calor sofocante de las yungas. Nunca  estableció límite a su andanza. No creo que haya habido hombre alguno que haya transitado distancias tan largas sin algún propósito definido. En su caminar había desarrollado una visión sencilla de la vida, no tenía mujer, hijos, no sembraba ni criaba, es decir no permitió crecer ningún vínculo que lo atara a lugar alguno. Renegaba de las colinas altas, las escarpadas subidas y de las quebradas profundas, seguramente secuela del cansancio que ocasiona transitar  los accidentados senderos de nuestra serranía.

En el pueblo lo trataban de loco. A pesar de su aparente demencia,  conservaba una gran inteligencia y racionalidad. Apenas había pasado  por la escuela, empero conocía lo elemental de la vida y el mundo, utilizaba  un buen español y el quechua con gran singularidad.  Hablaba con tristeza  pero con énfasis, con la mirada perdida en algún punto impreciso, jamás observé una sonrisa más triste y extraña, apenas se dibujada en sus labios, no movía un solo músculo de su rostro, parecía estar  invadida de amargura y  de rabia contenida.

No obstante,  sus conversaciones eran interesantes y  entretenidas, odiaba a los terratenientes por abusivos y explotadores, despreciaba a los comerciantes por enriquecerse con el trabajo ajeno, se burlaba de Dios, le increpaba  por su indiferencia ante el sufrimiento y el  dolor de los hombres. El amigo como solíamos llamarnos, un día desapareció sin noticias.  Pasaron semanas y algunos  meses sin recibir su visita, hasta que en nuestras indagaciones nos informaron que había fallecido en una desolada puna, quizás secuela de un cólico,  o tal vez   de una pulmonía.  Lo enterraron al amigo, solidarios campesinos en el cementerio de la comunidad.

Han pasado más de treinta años desde su desaparición, pero aquel rostro diáfano, fraternal y melancólico,  no he podido olvidar. 

1 comentario:

  1. Quien está convencido que no sólo se vive respirando aire y digiriendo alimentos, sino también respirando ideas y digiriendo textos, comprende mucho mejor la vida. La literatura es respiración en palabras. !Sigue cultivándola! Complimenti! camerata.

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