TIEMPOS ACIAGOS
Hace un año un virus obligó a la
humanidad a replegarse y enclaustrarse por el temor a la enfermedad y a la
muerte. Ninguna plaga había azotado al mundo de esta manera, recorriendo cada
rincón habitado por la especie humana,
aun los países más adelantados en ciencia, tecnología y servicios
básicos no han enfrentado la enfermedad,
sufriendo la gravedad como aquellos
estados pobres que con dificultad persiguen el ansiado desarrollo. Una vez más
la naturaleza nos recuerda lo frágiles que somos, nos advierte que debemos
respetar los espacios que le ha asignado a otros seres vivos, nos señala las fronteras que el hombre
ya no debe atravesar.
Los acontecimientos del año anterior
y del que sigue, deben ser
aleccionadores para toda la humanidad.
No deben pasar al olvido, las cifras de
millones de muertos y enfermos, la
condena a la extrema pobreza a millones de pobres, la indiferencia, ineptitud y
tozudez de algunos políticos para la gestión de la peste, la poca atención a
los servicios de salud y educación que ha prestado los gobiernos liberales y la
falta de trabajo que ha lanzado a las calles a los ciudadanos en plena etapa de
contagio.
Pero el caso peruano es dramático y
lamentable por decir lo menos. Ha convergido en esta tragedia un conjunto de
adversidades, propias de nuestro subdesarrollo, la precariedad y la falta de
previsión. Es una disposición casi natural, que un factor o un conjunto de causas hacen en
nuestro país, las secuelas de una catástrofe de origen natural o social, se
multipliquen, ocasionando verdaderos
estragos materiales y en la población
más vulnerable. Un terremoto, un huayco, un incendio o un accidente, reproduce indeterminadamente el daño, por ese
conocido motivo que crecimos sin una mínima planificación, porque tratamos de
avanzar en medio de la improvisación y
el desgobierno. Las crisis y caos permanente, son parte de ese país sin cimiento, orden, ni visión.
Los gobiernos y sus funcionarios han
manejado de la peor manera el problema
sanitario, obteniendo el mayor número de muertos en el mundo, si tenemos en cuenta la proporción de la
población. Tenemos la caída más dramática de la economía y una crisis política innecesaria, desatada en plena emergencia, qué lástima,
ni siquiera la pandemia logró unir a los peruanos, mostrando al mundo
como todavía los intereses de grupo y de clase dominan la política del país. Los
acontecimientos de los meses finales del año anterior en la política y gobierno, deben también servirnos
de reflexión, para saber elegir a nuestras autoridades en las distintas
instancias de gobierno y principalmente para entender qué tipo de estado
quieren construir, consolidar y al
servicio de quienes.
Nuestra democracia y su
institucionalidad aún se encuentran en una absoluta precariedad y fragiidad. Hace
algunas décadas un intelectual peruano escribía, Perú, retrato de un país
adolescente, setenta años después, esta inmadurez se sigue prolongando
indefinidamente. A pesar de que en la teoría vamos a cumplir doscientos años de
vida republicana, apenas en un lustro hemos ungido a cuatro mandatarios, razón
suficiente para creer que en política y gobierno, el país no ha avanzado. Esta coyuntura se
parece a ese periodo infausto del primer militarismo, en donde mandaban los
enfermizos caudillismos o los intereses de grupos de poder económico. Recordemos
solo en la década de 1830, gobernaron la
naciente y caótica república alrededor de diez presidentes de facto. Claro, con la diferencia que estamos en el siglo XXI
y el caos lo están protagonizando los defensores
de la democracia.
La derecha peruana como forma de
gobierno ha fracasado estrepitosamente en estos doscientos años de gobierno y
control del poder. No ha solucionado problemas básicos como la salud y
educación y otros servicios esenciales para la población peruana. Los problemas
como el centralismo y la corrupción han agobiado y siguen aniquilando a este
sufrido país. El racismo, el clasismo y la exclusión hacia ciertos sectores
sociales marginados no han sido superados a la fecha. A puertas del
bicentenario, la derecha se puede enorgullecer de un logro? O puede señalar o mostrar un real avance? A la
fecha no existe un proyecto nacional de desarrollo que enrumbe al país
incluyendo a todos sus habitantes.
Nuestros partidos políticos lejos de
democratizarse y de fortalecerse hacia movimientos sólidos y con presencia
nacional, se han convertido en
instituciones desprestigiadas y corruptas. Una de las características de la
poca solidez del sistema democrático es el número exagerado de partidos. Si
alguna vez existieron partidos con ideologías y doctrinas más o menos
definidas, si hasta algunas décadas existían dirigentes que merecían cierto respeto, hoy los dirigentes
carecen de moral, ideas y propuestas coherentes, sus partidos son
organizaciones privadas sin adeptos y bases organizadas que solo aparecen en
forma intermitente y oportunista en
coyunturas electorales. Hacen falta
líderes con visión, capacidad y honestidad. Hace un siglo existía una
gran polémica desde las izquierdas y la derecha sobre el destino de este país,
hoy no existen partidos ni movimientos políticos para ser tomados en serio.
Forma parte de esta etapa penosa
historia, una lacra que se niega a desaparecer, el fujimorismo. Indigna
confirmar que treinta años viene arrastrándose, levantando mugre, barro y
hedor, confundiendo al poco educado
elector peruano, impidiéndonos elegir una propuesta más decente en las segundas
vueltas. Gracias a los Fujimori elegimos sin otra opción a Toledo, a García, a Humala y a Kuscynski.
Esta crisis política de los últimos años, sin lugar a dudas es responsabilidad
de la jefa del fujimorismo. Muchos de nosotros lamentamos haber envejecido bajo
la presencia nauseabunda de esta agrupación corrupta y autoritaria.
Amalaya, que en las próximas elecciones generales los peruanos no
elijamos a quien, se convierta en sirviente de los grupos de poder económico,
no apoyemos a aquel que tenga las entrañas corroídas por la corrupción. Ojalá el pueblo peruano tenga la mínima sensatez de proclamar a un compatriota
honesto y que tenga un verdadero compromiso con los sectores más desposeídos y
sufridos del país.
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