LA PRIMAVERA ANDINA
Hasta hace tres
décadas en vísperas de la fiesta del Corpus Christi, existía
una celebración andina llamada “Wayta Muruy” (sembrado de la flor). Pues en una
de esas tardes del mes de junio, aparecían bulliciosas un grupo de personas
entre varones y mujeres cantando y bailando canciones quechwas, acompañadas de
una tinya y flauta, portando las damas,
canastas llenas de los pétalos de olorosas flores andinas, que iban esparciendo
en las calles mientras danzaban, dejando
coloridas y perfumadas las calles transitadas. Esta ceremonia terminaba
en Quelley kuwaana (en donde se quema la plata) posteriormente llamada
Misionera (hoy lastimosamente ha perdido sus dos nombres tradicionales). En esta pequeña colina se erguía una cruz
relativamente grande, que dividía el pueblo en dos barrios, uno al este y el
otro al oeste, pero lo cierto es que los oferentes terminaban adornando el
madero con weqllas, shaqapas, rima rimas, yuraq waqtas, retamas y otras flores
que mi memoria no logra recordar.
Esta fiesta seguramente
era una ceremonia de tributo a la madre tierra, por su prodigalidad con sus desagradecidos
e insensatos hijos: Los hombres. Esta celebración, penosamente, ha desaparecido
en la actualidad, solo ha dejado un tenue recuerdo en la memoria de esta generación
que se resiste a olvidar estas hermosas tradiciones que hoy la queremos
recordar. Esta fiesta coincidía con el periodo de floración en el ande, que
llamamos con poderosa sensatez y justicia: la primavera andina, razón de este artículo,
acontecimiento que vamos a argumentar.
Las estaciones en
nuestro país y en el hemisferio sur, no son bien definidas como en el
hemisferio norte. Mientras en la zona septentrional de nuestro planeta, se
pueden distinguir claramente las cuatro estaciones, cada una con sus
características específicas, en la zona meridional, en donde residimos,
las estaciones visibles y diferenciables, son solo el verano lluvioso
entre octubre y marzo y un invierno soleado entre los meses de abril y
setiembre. En la zona andina, acostumbramos llamar invierno, a la época
entre los meses de octubre y marzo y verano al periodo restante, cuando en
realidad es exactamente al revés. Por otra parte, en la sierra, las
estaciones de primavera y otoño, ni siquiera se distinguen y no
tienen las características que tradicionalmente se han establecido.
Pero curiosamente,
por costumbre, tradición y básicamente por la concepción occidental del
mundo y de los propios conocimientos, se festeja el Día de la Primavera,
en todo el país, en el mes de setiembre de todos los años, cuando por
ejemplo en el ande, no existe un solo indicio de la estación del
amor, la vida, las flores y del intenso verdor. Muy al
contrario, los campos se hallan secos y amarillos, los suelos
polvorientos y la vegetación agonizante, en espera angustiosa y
desesperada del arribo de las primeras lluvias, para el retorno de la vida. El
mes de setiembre en la serranía, parece más un débil otoño, con el
término de la floración, la caída de las hojas, el viaje de las semillas con
los fuertes vientos, el inicio de las lluvias y en general, del nuevo
ciclo de la vida vegetal.
La primavera andina,
como debemos llamarla, en todo caso se inicia en el mes de abril y se prolonga
más o menos hasta junio. Este periodo, en parte, es secuela de las
copiosas lluvias de los meses del verano lluvioso. Los cerros, las quebradas,
las chacras, la vera de los caminos y en los espacios menos
imaginables, se visten de infinitos colores e invaden el ambiente con
variados aromas. Es increíble y maravilloso contemplar de cómo, las
plantas más minúsculas y aparentemente insignificantes, regalan al mundo
florecillas delicadas, perfumes tenues, en las resecas y calientes yungas, en
los agrestes pedregales y hasta en las heladas y altas punas. Por lo demás
estas plantas y flores andinas, no solo son hermosas, tienen un valor
agregado, sus dones medicinales, que los hombres del ande conocen, valoran y
utilizan, en coherencia con su cosmovisión de respeto y armonía con la
naturaleza.
En este tiempo de increíble belleza, el ambiente andino se fortalece. Diferentes sembríos llegan a la maduración y su posterior cosecha. La papa y otros tubérculos nativos como la oca, el olluco, se recogen en este periodo. El maíz madura igualmente, los deliciosos choclos alimentan a hombres y aves indistintamente. También es época de la renovación de la naturaleza. En este periodo las aves desovan y hace más festiva la tierra con nuevos colores y reiteradas melodías. Coinciden, además, con la producción de la saludable miel, las abejas, logran concluir el proceso de fabricación del preciado producto como consecuencia de la floración de las plantas y árboles andinos.
Sin embargo, en
nuestras caminatas por la serranía de Ancash y partes del Perú,
hemos podido verificar el riesgo que corre esta riqueza natural de la extinción
total. Las nuevas generaciones de hombres andinos ya no reconocen sus
nombres nativos y menos sus propiedades. No tienen el menor interés de
conservarla, ni tampoco valoran la importancia de esta flora en la
conservación de su ecosistema. Estamos concurriendo pasivamente a
espectar el proceso de desertificación de nuestras hermosas punas, la
desaparición de los pastos naturales milenarios y con ellos toda la flora y
fauna que habitan dentro de ella. Este despoblamiento se agudiza además,
por la occidentalización del hombre del ande, que cada vez se aleja de su
origen, pierde contacto con su entorno natural y cultural, se desarraiga y se
mimetiza en las ciudades, empujado por el desdén y el poco interés que se
tiene por lo ancestral y nativo.
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