FORMACION
MAGISTERIAL Y CALIDAD EDUCATIVA
Uno de los puntos débiles del
sistema educativo peruano es la formación magisterial. En el último medio siglo
han descendido dramáticamente las exigencias académicas de los institutos
superiores y universidades que forman docentes, cuya secuela ha sido la baja
calidad del servicio educativo público y el descrédito de la carrera
magisterial. Esta penosa situación se agrava con la proletarización de los
niveles de vida del docente y con ella la calidad de su trabajo. No es extraño,
que en el último medio siglo el nivel adquisitivo del salario docente haya
disminuido en cincuenta por ciento aproximadamente, con el consiguiente
deterioro de su calidad de vida y el desprestigio de la carrera magisterial.
No hace mucho un miembro del
Consejo Nacional de las Juventudes, advertía que la profesión magisterial no
permitía el crecimiento personal ni profesional, ergo no recomendaba a los
jóvenes abrazar esta profesión. Esta idea se ha esparcido entre los aspirantes
a seguir una profesión. De los estudiantes que pretenden seguir estudios
superiores, mayoritariamente apuntan a carreras más rentables que le permitan
movilidad social. La carrera docente se reduce para los estudiantes
desesperanzados, desmotivados y lastimosamente para aquellos que se encuentran
en los últimos quintiles al egresar de la educación básica regular. Un
estudiante con competencias y capacidades promedias, rara vez intentará seguir
la carrera magisterial por las razones expuestas.
Sin embargo es necesario tratar
de hurgar algunas probables raíces de la
situación en que se ha postrado el magisterio nacional, este acelerado deterioro
de la carrera magisterial, viene desde medio siglo aproximadamente. Hasta la
década del sesenta, el maestro así llamado, era un referente social, un líder
comunitario. Su formación académica y moral eran incuestionables, el profesor
era una autoridad reconocida en las comunidades en donde laboraba, muchas veces
hacia el papel de médico, de abogado, de conciliador y consejero. Por el
prestigio que gozaba, merecía el respeto
de todos los miembros de la localidad. Sin embargo esta ascendencia del maestro
se fue diluyendo en el tiempo, con el abandono y la poca previsión del estado
hacia el sector, las exigencias de la modernidad, las demandas sociales, el deterioro
de las condiciones y niveles de vida del profesional en educación.
En esta línea de reflexión, uno
de los primeros problemas fue la progresiva demanda educativa en la década del
1980. El crecimiento vegetativo de la población joven, obligó al estado crear numerosas
instituciones educativas en este periodo, aun cuando no existía la oferta
docente para cubrir el número de plazas que se fueron estableciendo en las nuevas
instituciones educativas. El estado recurrió a jóvenes egresados de la
educación secundaria para cubrir estos puestos de trabajo, los mismos carecían
de los perfiles mínimos para desempeñar esta difícil y compleja misión. El
resultado fue el decrecimiento de la calidad de la educación en el país,
comprobado más tarde por las diferentes evaluaciones tanto nacionales como
internacionales.
Para compensar esta deficiencia
académica de los nuevos docentes, el estado implementó el proceso de
profesionalización. Lastimosamente no
logró los objetivos deseados. Solo algunas instituciones de educación superior
lo tomaron con la seriedad que supone el proceso de perfeccionamiento
profesional. En este periodo otorgaron licenciaturas (licencia para
enseñar) sin haber desarrollado
competencias básicas en el futuro profesional
y en muchos casos aun sin la presencia real y participación de los
docentes en este proceso. Esta fue una característica muy común en este periodo.
Seguramente es una de las etapas más dramáticas y cuestionables de la educación
peruana, en donde se sacrificó lo cualitativo por lo cuantitativo en el sector
más importante de la administración pública peruana.
Un segundo factor fue el
deterioro de la propia carrera docente.
El desprestigio de la profesión a causa de los resultados de las evaluaciones internacionales en comunicación y
matemática, en donde el Perú se hallaba en los últimos peldaños, denotando que el trabajo pedagógico no estaba siendo
bien implementado. Efectivamente la evaluación PISA (Programme for
International Student Assessment en inglés) ejecutada a fines del segundo
milenio sacudió los cimientos de la educación pública y del propio estado. Se
hizo público que el país se encontraba
en los últimos peldaños de la evaluación en las materias señaladas de un conjunto de
país con relativo desarrollo. Este mismo panorama se ha ido repitiendo en las
evaluaciones nacionales de estudiantes en la última década. En esta singular
coyuntura el Ministerio de Educación aplicó la evaluación a los maestros, cuyos
resultados poco satisfactorios desnudaron crudamente la realidad del magisterio
peruano. Los medios de comunicación hicieron escarnio de los resultados,
pulverizando el poco prestigio que quedaba de la carrera magisterial y la
educación pública peruana.
El tercer problema fue el
abandono del estado a los institutos de formación pública magisterial. Muchos de ellos fueron clausurados por motivos
diversos (uno de ellos fue su poca rigurosidad académica) y en otros casos
establecieron límites para el ingreso de los estudiantes con el fin de
seleccionar a estudiantes con un buen perfil académico. Empero el propio estado,
auspició un conjunto de instituciones y
universidades privadas de formación magisterial que en las últimas dos décadas
han inundado con profesionales el mercado de maestros, con una incipiente
formación académica y moral. Este problema aún se prolonga a la fecha, mayoritariamente
siguen engrosando la carrera
magisterial, sin los perfiles deseados sobre todo en las zonas rurales y
altoandinas.
En este sentido, sostenemos que
para el desarrollo de una buena calidad
de educación, se debe asegurar una adecuada
formación inicial al futuro maestro. Un profesional que no ha tenido una cabal
preparación no podrá desarrollar actividades de alta demanda cognitiva y
conducir procesos pedagógicos complejos que amerita la educación moderna. Por eso es necesario que el estado fomente
instituciones educativas de formación magisterial rigurosa, para reestablecer
la importancia y el valor de la profesión. Igualmente debe promover la
formación en servicio, a través de estudios de perfeccionamiento en instituciones
superiores acreditadas. Actualmente los maestros se perfeccionan con mucho
esfuerzo, en instituciones poco
rigurosas que dan licencia sin haber desarrollado competencias y capacidades
que van a enriquecer realmente el trabajo pedagógico.
Solo los maestros adecuadamente
formados, bien remunerados, dedicados íntegramente a su trabajo, ejercerán la
profesión con pertinencia y de acuerdo a las exigencias de la modernidad. Por
el contrario, los maestros peruanos, con una economía muy precaria, con sueños
y metas negadas, con autoestimas que rozan el suelo, involucrados en
actividades económicas que no contribuyen a su formación intelectual y que
conducen la educación de niños, niñas y
adolescentes, en forma rutinaria y sin motivación, no garantizarán un servicio
educativo de calidad, solo alargarán el
estado agónico de la educación pública peruana. Otros
estados han identificado a este sector como una prioridad nacional, la docencia es privilegiada y adecuadamente
remunerada, mientras en nuestro país, reiteramos, la profesión se encuentra tan desprestigiada
que no constituye un referente para las
nuevas generaciones y no crea ninguna expectativa en los egresados de la Educación
de la Educación Básica.
Definitivamente un buen peso de
la calidad de la educación pública descansa en el trabajo de los profesores,
(sin dejar de lado las condiciones sociales, económicas y culturales de los
estudiantes y de los padres de familia), por lo que el estado debe tomar las
decisiones pertinentes y oportunas al respecto. Una primera responsabilidad es
la de mejorar la imagen del profesorado como carrera profesional, para que los
estudiantes egresados de la EBR tengan interés en esta noble carrera. Un segundo
compromiso debe ser la regulación de los institutos superiores y universidades
que forman docentes, para garantizar la formación de maestros capaces e
identificados con su trabajo. Una tercera obligación es la de mejorar los
salarios de maestros teniendo sin perder de vista las remuneraciones de otras
profesiones, para que el docente asegure su crecimiento personal y
profesional. Solamente si hoy el estado
en sus diferentes niveles de gobierno, toma las decisiones sensatas para remediar
el problema, podremos aspirar que la educación pública actual marque diferencia por lo menos en las siguientes tres décadas.
FELIZ DÍA MAESTROS.
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