lunes, 4 de julio de 2016





FORMACION MAGISTERIAL Y CALIDAD EDUCATIVA

Uno de los puntos débiles del sistema educativo peruano es la formación magisterial. En el último medio siglo han descendido dramáticamente las exigencias académicas de los institutos superiores y universidades que forman docentes, cuya secuela ha sido la baja calidad del servicio educativo público y el descrédito de la carrera magisterial. Esta penosa situación se agrava con la proletarización de los niveles de vida del docente y con ella la calidad de su trabajo. No es extraño, que en el último medio siglo el nivel adquisitivo del salario docente haya disminuido en cincuenta por ciento aproximadamente, con el consiguiente deterioro de su calidad de vida y el desprestigio de la carrera magisterial.

No hace mucho un miembro del Consejo Nacional de las Juventudes, advertía que la profesión magisterial no permitía el crecimiento personal ni profesional, ergo no recomendaba a los jóvenes abrazar esta profesión. Esta idea se ha esparcido entre los aspirantes a seguir una profesión. De los estudiantes que pretenden seguir estudios superiores, mayoritariamente apuntan a carreras más rentables que le permitan movilidad social. La carrera docente se reduce para los estudiantes desesperanzados, desmotivados y lastimosamente para aquellos que se encuentran en los últimos quintiles al egresar de la educación básica regular. Un estudiante con competencias y capacidades promedias, rara vez intentará seguir la carrera magisterial por las razones expuestas.

Sin embargo es necesario tratar de hurgar algunas probables raíces  de la situación en que se ha postrado el magisterio nacional, este acelerado deterioro de la carrera magisterial, viene desde medio siglo aproximadamente. Hasta la década del sesenta, el maestro así llamado, era un referente social, un líder comunitario. Su formación académica y moral eran incuestionables, el profesor era una autoridad reconocida en las comunidades en donde laboraba, muchas veces hacia el papel de médico, de abogado, de conciliador y consejero. Por el prestigio que gozaba,  merecía el respeto de todos los miembros de la localidad. Sin embargo esta ascendencia del maestro se fue diluyendo en el tiempo, con el abandono y la poca previsión del estado hacia el sector, las exigencias de la modernidad, las demandas sociales, el deterioro de las condiciones y niveles de vida del profesional en educación.

En esta línea de reflexión, uno de los primeros problemas fue la progresiva demanda educativa en la década del 1980. El crecimiento vegetativo de la población joven, obligó al estado crear numerosas instituciones educativas en este periodo, aun cuando no existía la oferta docente para cubrir el número de plazas que se fueron estableciendo en las nuevas instituciones educativas. El estado recurrió a jóvenes egresados de la educación secundaria para cubrir estos puestos de trabajo, los mismos carecían de los perfiles mínimos para desempeñar esta difícil y compleja misión. El resultado fue el decrecimiento de la calidad de la educación en el país, comprobado más tarde por las diferentes evaluaciones tanto nacionales como internacionales.  

Para compensar esta deficiencia académica de los nuevos docentes, el estado implementó el proceso de profesionalización.  Lastimosamente no logró los objetivos deseados. Solo algunas instituciones de educación superior lo tomaron con la seriedad que supone el proceso de perfeccionamiento profesional. En este periodo otorgaron licenciaturas (licencia para enseñar)  sin haber desarrollado competencias básicas en el futuro profesional  y en muchos casos aun sin la presencia real y participación de los docentes en este proceso. Esta fue una característica muy común en este periodo. Seguramente es una de las etapas más dramáticas y cuestionables de la educación peruana, en donde se sacrificó lo cualitativo por lo cuantitativo en el sector más importante de la administración pública peruana.  

Un segundo factor fue el deterioro de la propia carrera docente.  El desprestigio de la profesión a causa de los resultados de las  evaluaciones internacionales en comunicación y matemática, en donde el Perú se hallaba en los últimos peldaños, denotando  que el trabajo pedagógico no estaba siendo bien implementado. Efectivamente la evaluación PISA (Programme for International Student Assessment en inglés) ejecutada a fines del segundo milenio sacudió los cimientos de la educación pública y del propio estado. Se hizo público  que el país se encontraba en los últimos peldaños de la evaluación  en las materias señaladas de un conjunto de país con relativo desarrollo. Este mismo panorama se ha ido repitiendo en las evaluaciones nacionales de estudiantes en la última década. En esta singular coyuntura el Ministerio de Educación aplicó la evaluación a los maestros, cuyos resultados poco satisfactorios desnudaron crudamente la realidad del magisterio peruano. Los medios de comunicación hicieron escarnio de los resultados, pulverizando el poco prestigio que quedaba de la carrera magisterial y la educación pública peruana.

El tercer problema fue el abandono del estado a los institutos de formación pública magisterial.  Muchos de ellos fueron clausurados por motivos diversos (uno de ellos fue su poca rigurosidad académica) y en otros casos establecieron límites para el ingreso de los estudiantes con el fin de seleccionar a estudiantes con un buen perfil académico. Empero el propio estado,  auspició un conjunto de instituciones y universidades privadas de formación magisterial que en las últimas dos décadas han inundado con profesionales el mercado de maestros, con una incipiente formación académica y moral. Este problema aún se prolonga a la fecha, mayoritariamente siguen engrosando  la carrera magisterial, sin los perfiles deseados sobre todo en las zonas rurales y altoandinas.

En este sentido, sostenemos que para  el desarrollo de una buena calidad de educación, se  debe asegurar una adecuada formación inicial al futuro maestro. Un profesional que no ha tenido una cabal preparación no podrá desarrollar actividades de alta demanda cognitiva y conducir procesos pedagógicos complejos que amerita la educación moderna.  Por eso es necesario que el estado fomente instituciones educativas de formación magisterial rigurosa, para reestablecer la importancia y el valor de la profesión. Igualmente debe promover la formación en servicio, a través de estudios de perfeccionamiento en instituciones superiores acreditadas. Actualmente los maestros se perfeccionan con mucho esfuerzo,  en instituciones poco rigurosas que dan licencia sin haber desarrollado competencias y capacidades que van a enriquecer realmente el trabajo pedagógico.

Solo los maestros adecuadamente formados, bien remunerados, dedicados íntegramente a su trabajo, ejercerán la profesión con pertinencia y de acuerdo a las exigencias de la modernidad. Por el contrario, los maestros peruanos, con una economía muy precaria, con sueños y metas negadas, con autoestimas que rozan el suelo, involucrados en actividades económicas que no contribuyen a su formación intelectual y que conducen  la educación de niños, niñas y adolescentes, en forma rutinaria y sin motivación, no garantizarán un servicio educativo de calidad,  solo alargarán el estado agónico de la educación pública peruana. Otros estados han identificado a este sector  como una prioridad nacional,  la docencia es privilegiada y adecuadamente remunerada, mientras en nuestro país, reiteramos,  la profesión se encuentra tan desprestigiada que no constituye  un referente para las nuevas generaciones y no crea ninguna expectativa en los egresados de la Educación de la Educación Básica.

Definitivamente un buen peso de la calidad de la educación pública descansa en el trabajo de los profesores, (sin dejar de lado las condiciones sociales, económicas y culturales de los estudiantes y de los padres de familia), por lo que el estado debe tomar las decisiones pertinentes y oportunas al respecto. Una primera responsabilidad es la de mejorar la imagen del profesorado como carrera profesional, para que los estudiantes egresados de la EBR tengan interés en esta noble carrera. Un segundo compromiso debe ser la regulación de los institutos superiores y universidades que forman docentes, para garantizar la formación de maestros capaces e identificados con su trabajo. Una tercera obligación es la de mejorar los salarios de maestros teniendo sin perder de vista las remuneraciones de otras profesiones, para que el docente asegure su crecimiento personal y profesional.  Solamente si hoy el estado en sus diferentes niveles de gobierno, toma las decisiones sensatas para remediar el problema, podremos aspirar  que la   educación pública actual  marque  diferencia  por lo menos  en las siguientes tres décadas.


FELIZ DÍA MAESTROS.

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