Vivían en un pequeño y apacible pueblo una viuda y su única hija.
La joven se hallaba en la plenitud de la vida, casadera, hermosa, envidiada y
deseada por todos los varones de la comarca.
Los jóvenes se hallaban locos por desposarla, los adultos ávidos por
acariciar su larga cabellera, los ancianos con el anhelo de apreciar una sola de
su cautivante sonrisa. Empero todos los
pretendientes eran rechazados, jóvenes y viejos, ricos y pobres, propios y
extraños. La cuota era demasiada alta establecida por la ambiciosa madre, el
futuro yerno debía ser rico, agraciado y sobretodo debía poseer toda la
dentadura de oro. La pobre muchacha estaba convencida de su soltería, por las
complejas y raras exigencias de su progenitora.
Mientras pasaba el tiempo, visitó el poblado un joven desconocido.
Simpático, educado y al parecer de una holgada posición económica. A estas
virtudes se agregaba una inusual característica: Tenía una sonrisa reluciente,
dorada, porque sus dientes estaban hechos del mejor oro que los hombres podían
haber labrado. El forastero se estableció en el lugar, haciendo amistad con la
gente más importante de la localidad, por ellos se enteró de la existencia de
una hermosa joven en edad de contraer nupcias y de las pretensiones de la
madre. No solo brillaron los ojos del
recién llegado por la noticia, como anillo al dedo, pensó feliz. No
tardó en conquistar a la dama, con el apoyo cómplice de la futura suegra, a
quien la colmaba de costosos regalos.
El alcalde del pueblo celebró la unión. Las bodas se realizaron
con gran pompa, jamás se había observado en la comarca unas nupcias tan costosas,
se habló sólo de este matrimonio durante semanas y aun había trascendido en
otras localidades aledañas. Los primeros días fueron felices y plenos para la
nueva familia, pero el flamante esposo era hombre muy extraño, sí, muy raro.
Tenía aversión al sacerdote, repudiaba a los santos, a los crucifijos, a la
iglesia y a todo lo vinculado con la religión. Por esa desconocida razón se
había negado a casarse por la iglesia. Durante el tiempo de su permanencia,
nunca se había asomado al templo.
Pasado algún tiempo la conducta del flamante esposo se hizo aún
más anómala. Se ausentaba por largas horas en las noches, regresaba al filo de
la aurora, justificando jugar rocambor con las amistades del lugar. Pero la
esposa sabía que los lugareños no solían pasar largas horas en los juegos de
azar. La suegra, entonces empezó a sospechar del controversial yerno, con qué
tipo de persona había casado a su única hija? No la estaba castigando Dios sus
desmedida exigencia y vanidad? Muchas interrogantes rondaban el pensamiento de
la viuda, carcomiendo su tranquilidad y descanso. No obstante callaba y deseaba
despejar algunas dudas que se habían afincado en su cerebro.
Una mañana muy temprano, entró la hija llorosa y perturbada a la
habitación materna. Madre estoy muy asustada dijo, mi esposo parece un demonio,
se ha pasado la noche, caminando las verticales paredes y aun caminando sobre
la bóveda de mi aposento. Hacía cosas tan anómalas que solo algún ser maligno
lo puede hacer. Se hace pequeño, grande, aparece y desaparece. Se mueve por
toda el dormitorio con una increíble agilidad. Quién es este hombre con quién me he unido?
Querida hija, yo te metí al problema y yo lo resolveré. Quiero que me perdones por mi absurda
pretensión, sólo tienes que cumplir exactamente lo que te digo. Respondió
acongojada, pero resuelta la mujer.
El plan se puso en marcha. Se requería solo de una botella grande y
un corcho remojado en agua bendita. Faltaba la celada, para aprisionar al
errado esposo. Una noche, como de costumbre mientras hacía de saltimbanqui, la
esposa le retó: Te aseguro que no te encoges y te introduces en esta botella. El
hombre, que parecía más demonio que ser humano, hizo gala de sus habilidades
metiéndose rápidamente en el recipiente, mientras la mujer presurosa selló el
recipiente con el tapón aprisionándolo. Inmediatamente la suegra ingresó a la
habitación y se apropió del frasco agitándola con violencia y gritando:
Maldito demonio, ya no vas a asustar a la gente, te voy a enterrar
en un lugar de donde nunca vas a salir. Me has engañado y has hecho victima a
mi pobre hija.
Efectivamente enterraron al íncubo en un lugar solitario en donde
nunca le escucharían y hallarían. Pero satanás sabía que algún incauto pasaría
por ahí, sólo se trataba de esperar con mucha paciencia.
En efecto, una noche caminaba zigzagueante cerca del lugar, un campesino beodo. No se sabe si satán logró desviarlo o estaba tan ebrio que perdió el rumbo y luego trastabillando cayó de bruces sobre la rara sepultura. Cuando el alcohol empezó a abandonarlo, escuchó reiteradamente unas lastimeras súplicas. Hermano sácame de aquí, te convertiré en el hombre más rico de la comarca. El pobre hombre en vez de correr asustado, animado por el licor se quedó pensando en la propuesta. Y si fuera cierto? A ver, quién eres tú? El ser maligno le narró la historia de una cruel suegra que había causado el encierro y su posterior sufrimiento.
En efecto, una noche caminaba zigzagueante cerca del lugar, un campesino beodo. No se sabe si satán logró desviarlo o estaba tan ebrio que perdió el rumbo y luego trastabillando cayó de bruces sobre la rara sepultura. Cuando el alcohol empezó a abandonarlo, escuchó reiteradamente unas lastimeras súplicas. Hermano sácame de aquí, te convertiré en el hombre más rico de la comarca. El pobre hombre en vez de correr asustado, animado por el licor se quedó pensando en la propuesta. Y si fuera cierto? A ver, quién eres tú? El ser maligno le narró la historia de una cruel suegra que había causado el encierro y su posterior sufrimiento.
Víctima del engaño y después de un arduo trabajo, el ebrio sólo exhumó
una botella aparentemente vacía. Enojado la arrojó al suelo en donde se hizo
añicos. Sin embargo de ese aparente sosiego surgió un engendro, un ser raro con
aspecto de hombre y de animal, irritadísimo, amenazando con darle la muerte. El
pobre hombre ya ecuánime por el susto, tembloroso, más muerto que vivo pedía
clemencia en voz alta, pensando que algún cristiano lo escucharía. Pero el camino rural estaba distante y aún
más el pueblo cercano. De pronto por
alguna inspiración divina mintió:
Ahí viene tu suegra, a enterrarte de nuevo. El demonio ni siquiera
tuvo el valor de girar la cabeza para mirar a la suegra, desapareció
instantáneamente con un fuerte estallido y dejando un polvo oscuro y
maloliente. El amigo de nuestra historia, no corrió, voló en busca de un lugar
seguro, prometiéndose no volver a tomar ni a transitar lugares desolados
durante la noche.
Cuentan los abuelos que hasta los espíritus malignos les temen a
las suegras, de ahí probablemente provenga el adagio popular, cuando la suegra
viene, hasta el diablo huye.
* QURI KIRU, significa diente de oro, se lee
gori kiru. (versión recogida en San Luis, Fitzcarrald, Ancash)
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