ESA LEJANA PERO RECORDADA NIÑEZ.
Los que tuvimos la suerte de nacer y vivir en pueblos pequeños, rurales, altoandinos y aun costeños pero alejados de las grandes ciudades, disfrutamos
una niñez feliz, plena y saludable. Con limitaciones de toda índole, en ausencia de la abundancia, aprendimos a valorar y cuidar las pequeñas pertenencias, lo que nuestros padres sacrificada y abnegadamente nos proveían. Fue la
niñez una etapa realmente dulce y serena,
rara vez triste y sola, porque a
pesar de que en nuestros pueblos los habitantes eran escasos, nunca sufrimos la
soledad de aquellas personas de las grandes ciudades atiborradas de gente.
A diferencia de los tiempos modernos,
los que nacimos en los mencionados
contextos, antes de la década de
los ochenta del siglo anterior, estuvimos libres de la influencia negativa de
la televisión, alejados de la adicción a los juegos electrónicos y las secuelas
nefastas de la internet y las redes sociales. La radio era la única forma de
estar informados, pero este valioso medio no enjaulaba, solo requería la
atención auditiva, permitiendo desarrollar diversas actividades sin tener que
regalarle toda la atención y los otros sentidos.
La electricidad llegó a mi distrito el lejano año de 1978, hasta esa fecha
las velas de cebo fueron los únicos valerosos soldados que lucharon contra la
oscuridad. Su fuego amarillento iluminó escritorios y sencillas mesas de los
estudiantes y maestros, estos caballeros llevaron la luz a los aposentos y a
cada rincón de las viviendas invadidas por las penumbras. Mientras las calles
efímeramente recibían la visita de la tenue luz de la voluble y fugaz luna, los
alrededores y los campos se hallaban en completa calma y silencio, solamente
interrumpida por el graznido de los sabios búhos o los aullidos de los perros
guardianes que protegían el hogar y la crianza.
La televisión empezó a utilizarse, todavía a inicios de la década del
noventa, en blanco y negro abastecida por la energía de las baterías por el
escaso voltaje de nuestro sistema de electricidad. De alguna manera este medio
inicia ese dañino proceso de sedentarización de los niños, la desaparición de
juegos colectivos al aire libre y la merma de la comunicación familiar.
Efectivamente desaparecen los juegos en las calles y la plaza, igualmente se
esfuman las tertulias en las veredas de los jirones adyacentes a nuestros
domicilios, espacios naturales de conversación y curiosidad de nuestros padres
y los vecinos. Este medio de comunicación luego condenaría a padres, madres e hijos
al hábito y a la adicción hacia las insípidas telenovelas mexicanas y otros
programas deformantes y perturbadores del buen vivir.
En ausencia de infraestructura deportiva, las reducidas vías del pueblo se
convirtieron en espacios de encuentro y las más de las veces en bullangueros campos
deportivos, claro que muchas veces interrumpidos por la vecindad, por el
exagerado bullicio o el golpe reiterado de la pelota contra sus puertas y la
limpieza de sus paredes. Fueron escenarios de apasionados y candentes
campeonatos deportivos que cada vez inventábamos, de aquellos juegos que solo
nos empujaba a ganar sin un estímulo a cambio.
Los diferentes juegos pueriles, eran muchos de ellos producto de nuestra
imaginación y creación. Absolutamente todos suponían dinamismo y movimiento,
rara vez permanecíamos sentados, a no ser para escuchar cuentos sobre aparecidos, espíritus y demonios. Desarrollábamos actividades físicas
enormes, pero al anochecer nos tocaba un descanso profundo y reparador, para
volver con la misma energía a las andadas del día siguiente. No hubo tiempo para
concebir pensamientos negativos, menos aún para ejecutar acciones mal
intencionadas, si alguna vez se nos pasó la mano, fue a raíz de una travesura
cándida, pero la maldad nunca guio nuestras conductas.
Nuestros juegos replicaban las actividades de la comunidad. La fiesta
patronal por ejemplo, era motivo para imitar las corridas de toros (que aquella
vez se hacían sin derramar sangre), el armado de las bardas, el recojo de los
toros, la misma corrida nos exigía gran creatividad por la escasez y costo de
recursos, que hoy se tiene casi al alcance de la mano. En el periodo escolar,
los juegos iban trocándose. Entre abril y mayo la chanta, entre junio y julio
el trompo para los niños y el “yas” para las niñas. Entre agosto y setiembre
las canicas, era curioso, de pronto terminaba un juego y aparecía otro. Como si
alguien dispusiera desde una instancia muy superior: Esto ya concluyó, empiecen
con otros juegos. Las escasas pelotas nunca tuvieron descanso.
Tuvimos la suerte de consumir alimentos naturales, mayoritariamente
cultivados en el lugar. Esporádicamente consumíamos golosinas, enlatados, y en
general productos envasados, porque en el caso de mi terruño no abundaban y los
precios eran relativamente altos, además, escaseaba el dinero. Sin embargo los sustitutos eran varios, las
frutas silvestres como el capulí, la upshamka, la frutilla, la poroqsa, y la zarzamora. Las cañas de maíz calmaban la
sed, , el yacón, la numia, el kuway, la caspa, la awashinmka, el rucuchu, la
cancha, la machka, y aun el tukllu saciaban el hambre. Lastimosamente al problema de la vida
estacionaria se suma ahora, la mala alimentación moderna, rara vez se observaba
niños con sobrepeso porque los excesos de azúcares y grasas no los padecíamos.
Durante las vacaciones escolares, los juegos eran distintos. Por el
extendido tiempo, nos dedicábamos a hacer carreteras, puentes, diseñábamos ciudadelas
con "agua potable” en algún terreno abandonado, haciendo de obreros, albañiles,
ingenieros y arquitectos. Los pocos juguetes que teníamos en forma de vehículos
lo usábamos de distinta manera. Para romper la rutina los pintábamos de otro
color y aun le hacíamos aditamentos. Las andanzas y paseos durante este periodo
del año fueron también parte de nuestra niñez. Cada lugar de visita era muy
aprovechado. Las minas abandonadas infestadas de murciélagos, los molinos de
piedra, en donde habitaba siempre el demonio, los ríos para nadar, los pozos de
agua estancada para pescar renacuajos, las chacras con frutos silvestres,
fueron los destinos favoritos de esa sana y apacible niñez.
La navidad, esa hermosa celebración de nuestro calendario festivo, fue
motivo de alegría familiar y congregación comunal. Sin regalos, sin panetones,
sin pavos, era sin embargo causa de bullicio e inmenso regocijo. Nuestros cumpleaños
eran pequeños acontecimiento de recojo familiar, los regalos no eran más que
una golosina, un modesto juguete o alguna ropa que ya estaba haciendo falta. En
el mejor de los casos un sencillo compartir con los pocos amigos, era más que
suficiente. Hoy es la época de abundancia material, vale barato y se encuentra
todo, pero se ha perdido la comunicación familiar, el trato con el vecino, los
juegos que ejercitaban para la buena salud y la vida.
1973 |
Esa es la niñez que recordamos con mucho cariño y nostalgia. Esa es la
etapa de vida fundacional que ahora es negada por la tecnología y la modernidad
a millones de niños. Este sistema perverso y mercantil no tiene reparos en
condenar a estos seres indefensos al asesino consumismo, al enfermizo
individualismo, al patológico sedentarismo, robándoles esta etapa maravillosa y
vital, obligando hacerse adultos con tal que se conviertan en compulsivos
compradores e insensatos derrochadores. Hoy los niños son más amigos y
compañeros de las máquinas que de sus pares, cómplices y socios de los juegos más
no de sus padres y hermanos. Ese es el mundo
que estamos dejando para estos seres y para los que vienen. La tierra, se
encuentra en decadencia por la contaminación. La sociedad que heredan está
agujereada por el mórbido individualismo y la ciega ambición.
Excelente artículo Fredy, que tiempos aquellos, que lastimosamente no volverán nunca más. Gracias me has regalado por medio de este artículo, recuerdos de la niñez que nunca yo podré olvidar y que rememorar los me hace tanto bien; ahora podré dormir y soñar con todo aquello. Un abrazo, y que dónde sea que estés lo estés pasando de maravillas.
ResponderEliminarOda a la vida que va dejando huellas que trascienden. Un artículo de vivencia sin par, única, digno de ser plasmado en un libro de páginas tulipanadas por la literatura realista. San Luis y sus hijos ilustres, con la cultura del ayer que no se olvida, sino que se alimenta de ella para seguir viviendo vívidamente la gran y hermosa tarea de escribir.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMaravillosos recuerdos del ayer que hoy se van perdiendo en la niñez plasmados de las manos de un maestro identificado con la educación,vivencias que ya nuestros niños no lo disfrutan y no lo harán los del futuro.Hermano una alegría leer tus artículos dignos de un profesional con la pincelada más sublime del hermoso arte La Literatura,un abrazo continua ilustrandonos siempre.
ResponderEliminarBonito artículo,nos invita a la reflexión; vivimos en una sociedad automatizada,donde la ciencia y la tecnología nos está despersonalizando de manera paulatina.Felicitaciones amigo Fredy por publicar este artículo
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