ANECDOTARIO
SANLUISINO I
MAÑU TILÍN.
Don Manuel era un hombre nacido y crecido en el
caso urbano de San Luis. Alto, delgado, de piel clara, siempre con su sombrero
y su infaltable desteñido saco gris. No era un loco de remate, pero tenía
acciones y conductas rayando con la insensatez. Muy intrépido y hasta
temerario. Nunca hizo daño a nadie, era un hombre educado y servicial, pero
como se dice en el lenguaje coloquial, le faltaba un tornillo. Todo el pueblo
le llamaba cariñosamente Mañu Tilín.
Llegó a ser miembro de la antigua Guardia
Civil, era a su manera un Capitán Paiva. Aquella noche buena, el inmediato
superior, les había ordenado: Esta noche si encuentran ebrios en las calles o
cantinas, enciérrenle veinticuatro horas en la sala de meditación. Fiel a su
manera de ser, estuvo recorriendo durante horas las frías calles de Huaraz, al
ingresar a un bar encontró a su jefe en compañía de Baco. No dudó ni un
instante, lo redujo y enmarrocó al superior pese a sus protestas y amenazas. Luego
fue trasladado a la Comisaría en donde permaneció largas horas encerrado en el
día de la navidad. Fue el motivo para que le dieran de baja del cuerpo
policial.
Permaneció en Huaraz por algún tiempo, comentan
también que, don Mañu Tilín, ganó un osado concurso, en realidad fue un reto, una apuesta. Cruzó el caudaloso río
Santa, sobre un delgado madero labrado y extendido en el ancho del río. Lo
extraordinario de esa aparente sencilla tarea, es que nuestro personaje atravesó
pedaleando una bicicleta.
De regreso al terruño, continuó con su vida
azarosa. En este lugar tenía un pequeño fundo, en el que se dedicaba a la
agricultura y ganadería. Su compañero inseparable era un caballo alazán, quien
había se había complementado tan bien con el amo y jinete que hasta entraban a
algún establecimiento comercial para comprar vituallas básicas. Parece también
que su precariedad mental se fue acentuando con la vejez, imitaba el ulular de
la ambulancia, pero extrañamente montado sobre su misma bestia.
Cuentan que, en una fiesta de carnavales, en un
acto voluntario, aunque siempre lo negó, llegó a besar a una distinguida dama
del lugar. Ésta inmediatamente acudió a la comisaria para denunciarlo por
semejante falta de respeto. Convocado a la oficina policial y acusado reideramente
por la ofendida mujer, cansado de la misma cantaleta, manifestó: Bueno señora, si no le ha gustado
el beso que la di, pues devuélvamela.
Aquella vez del terremoto del setenta,
arribaron al pueblo dos helicópteros trayendo ayuda para los damnificados. El
pueblo entero se movilizó con miedo y curiosidad para espectar por primera vez
esas a extrañas aves de metal. Para continuar el viaje a la lejana ciudad de
Pomabamba, el piloto solicitó la compañía de un guía, seguramente por la
inexperiencia del militar y la poca tecnología de la época. Alguien levantó
efusivamente la mano. Quien otro podía ser, era don Manuel. Se subió a la nave
despidiéndose de la multitud, agitando el sombrero. Una semana después, Mañu
Tilín, regresaba a San Luis después de recorrer el largo camino de herradura,
con la ropa sucia, polvorienta y los zapatos destrozados.
Una madrugada se dirigía a sus tierras de la
parte alta, para salar a su ganado. Había salido muy temprano. Invadido por el
frio, quiso encender un cigarrillo, pero como el viento venía en contra apagaba
el cerillo reiteradamente. Volteó el caballo en sentido contrario al viento,
encendió el cigarro y continuó el camino. Con las primeras luces distinguió de
la silueta del pueblo que había dejado aun a oscuras, con sorpresa y disgustado
exclamó: carajo, ¿Aquí hay otro San Luis?
PANCHO BRONCA.
Fue un personaje muy singular de este pueblo.
Su nombre era Francisco, pero seguro se ganó el apelativo por ese carácter
fuerte y violento que aun enfrentaba a las autoridades. No obstante, era un
sujeto simpático, respetuoso y de buen castellano. Las anécdotas que referimos
en este relato, fueron en estado de ebriedad, como solía estar con frecuencia.
En estado ecuánime era todo un caballero.
Con unas copas demás, don Pancho paseaba por las
escasas calles del pueblo montado sobre su dócil caballo blanco. Nadie sabe por
qué lo hacía. Un atardecer, cabalgaba a cierta velocidad sobre el polvoriento
jirón norte paralelo a la Plaza de Armas. Un vecino había cavado en su calle de
corredor a corredor, una zanja para arreglar la tubería de agua potable. Lo
cierto es que nuestro sujeto no se percató del surco abierto y el caballo que
se desplazaba a buen paso se detuvo bruscamente. El caballero fue lanzado en
forma violenta. Los pocos transeúntes se rieron de la estrepitosa caída, porque
hay revolcones que causan pena, dolor, pero otros irremediablemente provocan
hilaridad y hasta carcajadas. Don
Pancho, se incorporó rápidamente y dijo enojado: Carajo, ¿de qué se divierten?,
cada quien tiene su forma de descabalgar.
Siempre andaba con la respuesta precisa. Dicen que un tiempo estuvo en la costa trabajando como pescador, probablemente en esos lares habría aprendido
la picardía del criollo. Al medio día cuando los estudiantes retornaban a casa,
le saludaron en forma burlesca. El respondió: Buenas tardes estudiantes de hoy,
excrementos del mañana.
En una campaña electoral, había arribado a esta
tierra, el candidato Raúl Diez Canseco, sobrino del presidente Belaunde. En
pleno mitin, nuestro paisano hablaba en voz alta, desconcentrando e
interrumpiendo al orador. Un miembro de seguridad se le acercó a don Pancho y
le susurra algo en el oído para que no interrumpiera el discurso. ¡¡¡¡¡¡A mí
que eme me importa!!!!!! tronó la voz en
toda la plaza.
En otra oportunidad un compañero del colegio,
empezó a molestarlo en horas de la noche: Panchooooo, Pancho Broncaaaaa,
reiterando de esquina a esquina. Seguramente lo reconoció al estudiante pequeño
y delgado. Cállate cholito mísero de alimento. Nunca volvió a fastidiar al
susodicho.
En otra ocasión vociferaba en contra de la
autoridad local: Ladrón, miserable,
usurpador, etc, etc, etc. Cansado de escuchar tanta ofensa e insultos la
autoridad local fue a enfrentarlo. Don Pancho, apenas vio sus intenciones
cambió de discurso inmediatamente. Es una gran autoridad, el mejor de todos los
tiempos, trabajador y honrado, etc, etc, etc. El alcalde era un corpulento
gigante de más un metro ochenta centímetros.
En otra fecha, caminaba el paisano, mencionado,
emponchado en pleno sol al medio día, en una larga ausencia de lluvias. En la
esquina encuentra a don Fermín, un conocido prestamista del lugar. Saluda con
respeto: Buenas tardes don Fermín. Como estás Panchito, ¿Qué calor, que sequía,
a que se deberá no? Y la respuesta fue absolutamente sincera: ¿No se deberá a
los altos intereses?
SAN LUIS EN LA DECADA DE 1950
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