viernes, 7 de febrero de 2025

ANECDOTARIO DE MI TIERRA

 

ANECDOTARIO SANLUISINO I

MAÑU TILÍN.

Don Manuel era un hombre nacido y crecido en el caso urbano de San Luis. Alto, delgado, de piel clara, siempre con su sombrero y su infaltable desteñido saco gris. No era un loco de remate, pero tenía acciones y conductas rayando con la insensatez. Muy intrépido y hasta temerario. Nunca hizo daño a nadie, era un hombre educado y servicial, pero como se dice en el lenguaje coloquial, le faltaba un tornillo. Todo el pueblo le llamaba cariñosamente Mañu Tilín.

Llegó a ser miembro de la antigua Guardia Civil, era a su manera un Capitán Paiva. Aquella noche buena, el inmediato superior, les había ordenado: Esta noche si encuentran ebrios en las calles o cantinas, enciérrenle veinticuatro horas en la sala de meditación. Fiel a su manera de ser, estuvo recorriendo durante horas las frías calles de Huaraz, al ingresar a un bar encontró a su jefe en compañía de Baco. No dudó ni un instante, lo redujo y enmarrocó al superior pese a sus protestas y amenazas. Luego fue trasladado a la Comisaría en donde permaneció largas horas encerrado en el día de la navidad. Fue el motivo para que le dieran de baja del cuerpo policial. 

Permaneció en Huaraz por algún tiempo, comentan también que, don Mañu Tilín, ganó un osado concurso, en realidad fue un reto, una apuesta. Cruzó el caudaloso río Santa, sobre un delgado madero labrado y extendido en el ancho del río. Lo extraordinario de esa aparente sencilla tarea, es que nuestro personaje atravesó pedaleando una bicicleta.

De regreso al terruño, continuó con su vida azarosa. En este lugar tenía un pequeño fundo, en el que se dedicaba a la agricultura y ganadería. Su compañero inseparable era un caballo alazán, quien había se había complementado tan bien con el amo y jinete que hasta entraban a algún establecimiento comercial para comprar vituallas básicas. Parece también que su precariedad mental se fue acentuando con la vejez, imitaba el ulular de la ambulancia, pero extrañamente montado sobre su misma bestia.

Cuentan que, en una fiesta de carnavales, en un acto voluntario, aunque siempre lo negó, llegó a besar a una distinguida dama del lugar. Ésta inmediatamente acudió a la comisaria para denunciarlo por semejante falta de respeto. Convocado a la oficina policial y acusado reideramente por la ofendida mujer, cansado de la misma cantaleta,  manifestó: Bueno señora, si no le ha gustado el beso que la di, pues devuélvamela. 

Aquella vez del terremoto del setenta, arribaron al pueblo dos helicópteros trayendo ayuda para los damnificados. El pueblo entero se movilizó con miedo y curiosidad para espectar por primera vez esas a extrañas aves de metal. Para continuar el viaje a la lejana ciudad de Pomabamba, el piloto solicitó la compañía de un guía, seguramente por la inexperiencia del militar y la poca tecnología de la época. Alguien levantó efusivamente la mano. Quien otro podía ser, era don Manuel. Se subió a la nave despidiéndose de la multitud, agitando el sombrero. Una semana después, Mañu Tilín, regresaba a San Luis después de recorrer el largo camino de herradura, con la ropa sucia, polvorienta y los zapatos destrozados.

Una madrugada se dirigía a sus tierras de la parte alta, para salar a su ganado. Había salido muy temprano. Invadido por el frio, quiso encender un cigarrillo, pero como el viento venía en contra apagaba el cerillo reiteradamente. Volteó el caballo en sentido contrario al viento, encendió el cigarro y continuó el camino. Con las primeras luces distinguió de la silueta del pueblo que había dejado aun a oscuras, con sorpresa y disgustado exclamó: carajo, ¿Aquí hay otro San Luis?

 

PANCHO BRONCA.

Fue un personaje muy singular de este pueblo. Su nombre era Francisco, pero seguro se ganó el apelativo por ese carácter fuerte y violento que aun enfrentaba a las autoridades. No obstante, era un sujeto simpático, respetuoso y de buen castellano. Las anécdotas que referimos en este relato, fueron en estado de ebriedad, como solía estar con frecuencia. En estado ecuánime era todo un caballero.  

Con unas copas demás, don Pancho paseaba por las escasas calles del pueblo montado sobre su dócil caballo blanco. Nadie sabe por qué lo hacía. Un atardecer, cabalgaba a cierta velocidad sobre el polvoriento jirón norte paralelo a la Plaza de Armas. Un vecino había cavado en su calle de corredor a corredor, una zanja para arreglar la tubería de agua potable. Lo cierto es que nuestro sujeto no se percató del surco abierto y el caballo que se desplazaba a buen paso se detuvo bruscamente. El caballero fue lanzado en forma violenta. Los pocos transeúntes se rieron de la estrepitosa caída, porque hay revolcones que causan pena, dolor, pero otros irremediablemente provocan hilaridad y hasta carcajadas.   Don Pancho, se incorporó rápidamente y dijo enojado: Carajo, ¿de qué se divierten?, cada quien tiene su forma de descabalgar.

Siempre andaba con la respuesta precisa. Dicen que un tiempo estuvo en la costa trabajando como pescador,  probablemente en esos lares habría aprendido la picardía del criollo. Al medio día cuando los estudiantes retornaban a casa, le saludaron en forma burlesca. El respondió: Buenas tardes estudiantes de hoy, excrementos del mañana.

En una campaña electoral, había arribado a esta tierra, el candidato Raúl Diez Canseco, sobrino del presidente Belaunde. En pleno mitin, nuestro paisano hablaba en voz alta, desconcentrando e interrumpiendo al orador. Un miembro de seguridad se le acercó a don Pancho y le susurra algo en el oído para que no interrumpiera el discurso. ¡¡¡¡¡¡A mí que eme me importa!!!!!!  tronó la voz en toda la plaza.

En otra oportunidad un compañero del colegio, empezó a molestarlo en horas de la noche: Panchooooo, Pancho Broncaaaaa, reiterando de esquina a esquina. Seguramente lo reconoció al estudiante pequeño y delgado. Cállate cholito mísero de alimento. Nunca volvió a fastidiar al susodicho.

En otra ocasión vociferaba en contra de la autoridad local:  Ladrón, miserable, usurpador, etc, etc, etc. Cansado de escuchar tanta ofensa e insultos la autoridad local fue a enfrentarlo. Don Pancho, apenas vio sus intenciones cambió de discurso inmediatamente. Es una gran autoridad, el mejor de todos los tiempos, trabajador y honrado, etc, etc, etc. El alcalde era un corpulento gigante de más un metro ochenta centímetros.

En otra fecha, caminaba el paisano, mencionado, emponchado en pleno sol al medio día, en una larga ausencia de lluvias. En la esquina encuentra a don Fermín, un conocido prestamista del lugar. Saluda con respeto: Buenas tardes don Fermín. Como estás Panchito, ¿Qué calor, que sequía, a que se deberá no? Y la respuesta fue absolutamente sincera: ¿No se deberá a los altos intereses?


                                        

                                                           SAN LUIS EN LA DECADA DE 1950

 

 


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